Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

La vida no había sido sencilla para Gustavo Adolfo. Cuando estaba a punto de cumplir los 5 años murió su padre y cuando tenía 11 años falleció su madre. A pesar de ello, pudo desarrollar una gran creatividad que brotaba de su profunda sensibilidad artística, que le llevó a escribir algunas de las páginas más bellas de la literatura hispana. Aunque su talento era innegable, no tuvo la suerte necesaria para poder vivir de su creación literaria, por lo que, a pesar de su delicada salud, tuvo que dedicarse a diversas tareas para poder mantener a su familia.

A los problemas de salud se unía una tormentosa vida amorosa. Acababa de poner fin a su matrimonio por la infidelidad de su esposa Casta y para intentar superar esta ruptura decidió vivir de nuevo una temporada en Toledo, ciudad que le otorgaba la calma y el sosiego necesarios para aparcar sus problemas. Su llegada a la ciudad imperial se produjo poco después de que Isabel II abandonara España y mientras que el general Prim buscaba un nuevo candidato al trono. Pero para Gustavo Adolfo todo esto era secundario; quería recuperar la ilusión y sabía que Toledo era el entorno idóneo para ello. Recordaba con cariño su estancia anterior en 1856 cuando se dedicó a buscar información para escribir su obra sobre los templos de Toledo. Descubrió un patrimonio extraordinario que le sirvió de inspiración para muchas de sus creaciones literarias y que conmovió su sensibilidad artística. Entre los monumentos que más le impresionaron se encontraba una construcción que no destacaba por sus dimensiones sino por su inmensa belleza: la ermita del Cristo de la Luz, antigua mezquita de Bab Al-Mardum.

Fachada principal

Gustavo Adolfo visitó de nuevo el antiguo templo musulmán construido durante la época del califato de Córdoba, concretamente en las postrimerías del siglo X. Le llamaba la atención su pequeña planta casi cuadrada, pero, sobre todo, los cuatro soportes centrales constituidos por columnas visigodas que sustentaban arcos de herradura y cuya disposición generaba una bella ordenación en nueve espacios estructurados verticalmente en tres pisos y que estaban cubiertos con bóvedas de crucería califal, destacando la central al elevarse ligeramente sobre todo el conjunto. Este coqueto oratorio islámico se encontraba situado junto a una de las puertas de acceso a la ciudad en época musulmana, de la cual recibía su nombre (Bab Al-Mardum).

La construcción estaba realizada mediante una hábil y vistosa combinación de ladrillo rojo y mampostería. El acceso a través de la fachada principal se podía realizar a través de tres puertas delimitadas por arcos que presentaban una diferente tipología: el central de medio punto y a sus lados uno de herradura y otro polilobulado. Sobre las tres puertas aparecía un friso de arcos de herradura entrecruzados rematado por otro friso más estrecho con decoración romboidal. Ya no se podía contemplar el muro de la quibla y el mihrab, pues desaparecieron cuando este espacio religioso se adaptó para albergar un templo cristiano, tras la toma de Toledo por Alfonso VI a finales del siglo XI. Gustavo Adolfo sabía que la principal reforma cristiana había consistido en añadir un ábside de planta semicircular, cuyo diseño exterior con un primer piso de arquerías de medio punto y un segundo piso de arcos polilobulados sirvió de inspiración para muchas obras de estilo mudéjar. En el interior del ábside el elemento que más llamó la atención a nuestro visitante fueron los frescos románicos en los que aparecía el Pantocrátor dentro de la almendra mística, rodeado de los tetramorfos que representaban a los evangelistas, los portadores de “buenas noticias” como las que necesitaba nuestro protagonista.

(Fotos Wikipedia)