El edificio según un dibujo del siglo XVIII.

Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Era una tarde calurosa de verano, aunque eso era lo que menos le preocupaba a Adifa. Esta joven judía quería ocultar sus sentimientos, pero estaba asustada. En la calle se oían golpes, gritos, carreras. Estaba claro que las revueltas antijudías que se estaban produciendo por distintas ciudades de Sefarad también habían llegado a Toledo. La comunidad judía toledana era amplia y próspera y habitualmente gozaba de unas buenas relaciones con cristianos y musulmanes, pero desde hacía unas décadas diversos acontecimientos como la incidencia de la peste negra o la guerra civil entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara hicieron más compleja la situación socioeconómica en el territorio peninsular y en ese contexto era fácil que prendiera la llama antisemita, como acababa de suceder en ese año de 1391 tras las duras predicaciones del arcediano de Écija contra los judíos.

 

Adifa no sabía qué hacer. A pesar del miedo que sentía no quería permanecer en su casa y por ello decidió ir a rezar a la sinagoga más próxima, precisamente la que unas tres décadas antes se había construido gracias a la iniciativa de su abuelo Samuel. Aunque el rey Alfonso X había prohibido la construcción de nuevas sinagogas en Castilla, dejó abierta la posibilidad de que la Corona pudiera autorizarlo en casos excepcionales. El abuelo de Adifa había sido un personaje que alcanzó gran notoriedad en Castilla durante el reinado de Pedro I. Fue un gran aliado de este monarca, que le llegó a nombrar tesorero real. En agradecimiento a su notable apoyo para recuperar la ciudad de Toledo durante la guerra contra Enrique de Trastámara, Pedro I autorizó a Samuel a erigir una nueva sinagoga en esta ciudad, la cual se construyó sobre unos terrenos que anteriormente habían estado ocupados por unos baños.

Diversos aspectos de la decoración de su interior. (Fotos Wikipedia)

Venciendo a sus temores y sorteando los restos de destrucción que ya eran muy evidentes en el barrio judío toledano, Adifa llegó a la sinagoga, cuyo exterior ofrecía un aspecto austero, como recomendaba la prudencia del momento. En el interior ya se encontraban varias decenas de personas, hombres, mujeres y niños, todos revueltos, lo cual no era apropiado, ya que en las sinagogas las mujeres debían estar en un espacio apartado, pero las terribles circunstancias del momento justificaban ese agrupamiento excepcional. A pesar de lo trágico de la situación, Adifa pronto se quedó conmovida al poder contemplar desde una nueva perspectiva la belleza del espacio que la acogía. Se trataba de una sala de oración de una sola nave que presentaba una planta rectangular con unas dimensiones aproximadas de 23 metros de largo, 9 de ancho y 17 de alto. La cubierta de la sala era de una belleza extraordinaria. Consistía en un espectacular artesonado de madera, de clara factura mudéjar, que había sido diseñado como un armazón ochavado y policromado, presentando formas estrelladas que simbolizaban el cielo. El interior de la sala de oración estaba ricamente decorado con arcos polilobulados y bellas yeserías policromadas que presentaban motivos geométricos y vegetales que aparecían, sobre todo, en la zona superior, en la galería de las mujeres y en el muro oriental, hacia donde se dirigía la oración. La decoración estaba inspirada en modelos sevillanos y nazaríes, aunque, lógicamente contaba con elementos típicamente hebraicos, especialmente cenefas epigráficas con citas de los salmos y de otros libros de la biblia como Éxodo, Crónicas y Reyes, además de algunas inscripciones dedicadas a Pedro I y a Samuel ha-Leví.

Poco a poco los ecos de las destrucciones que se habían producido se iban apagando, o, al menos, esa era la sensación de Adifa, que había encontrado en ese espacio de extraordinaria belleza el sosiego que precisaba.

Diversos aspectos de la decoración de su interior. (Fotos Wikipedia)