Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Tan solo tenía 22 años, pero ya había probado las amargas hieles que, a veces, la vida nos obliga a tomar. En 1885 había fallecido el joven monarca, Alfonso XII, pero a Juan lo que más le dolía era haber perdido en ese mismo año a su madre y a dos de sus hermanos, Jerónimo y Emilio, con lo que convivía en Talavera de la Reina, desde que había llegado a esta ciudad cinco años atrás, buscando las oportunidades que no podía encontrar en Noez, su pueblo natal.

Juan estaba profundamente apenado. Sus seres más queridos ya no estaban junto a él para ayudarle a cumplir su sueño de ser un artista que pudiese dar rienda suelta a la enorme creatividad que llevaba dentro. Necesitaba encontrar sosiego y reconfortar su entristecida alma y por ello decidió visitar de nuevo un templo que desde su llegada a Talavera de la Reina le había impactado especialmente: la Iglesia de Santa María la Mayor. Según había oído comentar Juan en anteriores visitas, este edificio religioso podría estar situado en el mismo espacio que en época romana ocupó un templo dedicado a Júpiter y, más tarde, durante la fase de ocupación musulmana, en este mismo lugar se habría ubicado la mezquita mayor. El templo cristiano que ahora iba a visitar empezó a ser construido en el siglo XIII, si bien la parte fundamental de la traza que en esos momentos podía contemplar correspondía a los siglos XIV y XV, con algunos añadidos de los siglos XVI y XVII, que no impedían incluir este edificio dentro de un estilo gótico-mudéjar.

Aunque en 1851 este templo perdió la consideración de “colegial”, esta condición la había mantenido prácticamente desde que se iniciaron sus obras, pues le fue concedida en 1211 por el arzobispo Jiménez de Rada. Uno de los elementos que más llamaba a la atención a Juan era el extraordinario rosetón que se encontraba sobre la portada principal del edificio. Se trataba de una bella composición realizada en ladrillo estucado en la que destacaba una vistosa decoración de inspiración vegetal, que representaba magistralmente el gótico flamígero. Bajo este rosetón se encontraba una atractiva portada abocinada delimitada con arcos apuntados, cuyos capiteles estaban decorados con figuras humanas.

La planta de la iglesia era basilical, dividida en tres naves rematadas en ábsides poligonales, siendo la central más ancha y alta que las laterales. Las naves laterales estaban cubiertas por bóvedas de crucería y la nave central se encontraba cubierta con bóvedas de terceletes realizadas a finales del siglo XV y en esta nave uno de los elementos que más llamaba la atención a Juan eran los arcos transversales que fueron incorporados en la época del cardenal Cisneros para reforzar los pilares, pues el edificio presentaba riesgo de desplome. En los pilares se adosaban ocho columnas que recogían los nervios que constituían la bóveda.

La iglesia contaba con varias capillas entre las que, lógicamente, presentaba un especial protagonismo la capilla mayor que estaba decorada con un retablo de época neoclásica, que contaba con un destacado lienzo en el que se representaba la Asunción de la Virgen. No obstante, la capilla que más atraía la atención de Juan era la dedicada a los Santos Mártires, en la que se podían contemplar dos monumentos funerarios góticos y una piedra que, según la leyenda, conservaba las huellas de los pies y del báculo de San Vicente. La visita al templo había logrado reconfortar a Juan y ello le ayudó a transformar su pena en compromiso. Si lograba alcanzar su sueño de ser artista, dedicaría una de sus obras a ese maravilloso templo, al que engrandecería realizando el retablo del Cristo del Mar.

(Fotografías: Wikipedia)