Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia.

Dan era un escritor afamado. Sus novelas eran casi sinónimo de éxito seguro, pues, a pesar de la dudosa calidad de su prosa, creaba relatos llenos de intriga que atraían a numerosos lectores. Sabía que los temas esotéricos, misteriosos o legendarios eran una buena fuente para diseñar atractivas historias, sobre todo si lograba hacer creer que estas aventuras podían tener algún viso de presunta realidad. Acababa de terminar su último libro y había iniciado un viaje por Europa para presentarlo a la vez que buscaba ideas para su siguiente trabajo. Tras una larga tarde de firmas en Madrid, su editor le comentó que había sido invitado al día siguiente a visitar un singular monumento en la provincia de Toledo.

Cuando a primera hora de la mañana siguiente llegó a Santa María de Melque, la primera impresión de Dan fue de enorme sorpresa al contemplar el extraordinario conjunto arquitectónico ante el que se encontraba, una mole ciclópea que parecía ofrecerle una interesante e intrigante historia. Le esperaba una joven que sería su guía en esa visita. Antes de entrar en la iglesia, la joven le comentó diversas cuestiones sobre su historia. Este templo formaba parte de un conjunto monástico de época visigoda que empezó a ser edificado a finales del siglo VII, es decir, pocos años antes de que se produjese la conquista musulmana de la Península Ibérica, lo que afectó al desarrollo de las obras, que serían finalizadas, ya en el siglo VIII, por una comunidad de monjes mozárabes, que mantuvieron este núcleo monástico, probablemente hasta finales del siglo IX, cuando estas construcciones fueron aprovechadas por los musulmanes para asentar una fortificación, cuya huella aún se podía apreciar en los restos de la torre que se construyó sobre el cimborrio del crucero de la iglesia. Tras la toma de Toledo por Alfonso VI en 1085, este espacio recuperó su función religiosa y a comienzos del siglo XIII Alfonso VIII concedió su administración a los templarios, que la controlaron hasta la disolución de esta Orden en 1309. A partir de ese momento empezó un lento declive, aunque el culto pervivió hasta la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX.

Vista interior de la iglesia. (Fotos facilitadas por la Diputación provincial de Toledo).

Una vez que Dan conoció los hitos principales por los que había pasado ese admirable lugar, pasaron al interior del templo, donde quedó embriagado por la magnificencia de una sólida construcción, realizada con grandes sillares de granito ensamblados en seco, que en algunos lugares llegaban a alcanzar más de un metro de grosor, lo cual permitía soportar unas pesadas bóvedas de cañón peraltadas. El templo respondía a una planta de cruz griega inscrita en un cuadrado de unos 20 metros de lado, que a Dan le recordó al mausoleo de Gala Placidia de Rávena, aunque la guía le comentó que se apreciaban influencias de iglesias cristianas orientales. El ábside central tenía forma de arco de herradura y estaba cubierto por una bóveda de horno. El presbiterio era amplio, lo cual era lógico al corresponder a una comunidad monástica. Los arcos de herradura y los escasos vanos en los muros conferían al edificio un claro sabor visigótico-mozárabe, aunque también se percibía cierto influjo tardorromano, tanto en la forma de disponer los sillares como en el módulo utilizado para calcular las proporciones del templo.

Dan estaba entusiasmado con la grata sorpresa que le había producido esta visita a un edificio que rezumaba encanto y misterio, lo cual podría estar relacionado con la leyenda de la Mesa de Salomón, cuyo paradero, según la guía, algunos relacionaban con este lugar. Quizás habría encontrado Dan un interesante argumento para una nueva novela de éxito….