Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Empezaba a amanecer y una brisa cálida ya anunciaba que ese 10 de agosto iba a ser un día tórrido en Castilla. Pero no era el intenso calor lo que preocupaba al país en esos días sino la lucha contra el invasor francés, que se había iniciado el año anterior. Francisco Javier Vanegas había tenido desde niño grandes inquietudes culturales, especialmente por la literatura, pero pronto orientó su vocación hacia su otra gran pasión: la carrera militar. Contaba con 54 años cuando dio comienzo la Guerra de la Independencia y, aunque estaba prácticamente retirado del servicio de armas, decidió retomar su compromiso de defensa de España como oficial del ejército español, lo que le llevaría a participar en enfrentamientos destacados como la batalla de Bailén. En esos momentos se encontraba con el ánimo muy elevado, pues cinco días antes había logrado derrotar al ejército francés en el enfrentamiento producido en Aranjuez. No obstante, las tropas francesas del mariscal Sebastiani decidieron dirigirse hacia Toledo y el general Venegas estimó que con el ejército de la Mancha que comandaba podría hacer valer la ventaja obtenida días antes, presentando nueva batalla en la localidad de Almonacid de Toledo.

El general Venegas subió decidido al monte donde se ubicaba el castillo para analizar desde esa estratégica situación cual podría ser la mejor disposición de sus tropas que estaban formadas por unos 22.000 infantes, unos 3.000 caballos y 29 piezas de artillería. Tras comentar con sus lugartenientes ciertos detalles de la estrategia a emplear al día siguiente, su curiosidad le animó a realizar una visita a la fortaleza que le iba a acoger durante unas horas decisivas. El alcalde de Almonacid hizo de anfitrión y fue el responsable de comentarle los aspectos más interesantes de esa monumental construcción que era visible desde varias leguas a la redonda.


Gracias a los comentarios de su improvisado guía, el general Venegas pudo conocer que habría que remontarse a la época de la invasión musulmana, hacia mediados del siglo IX, para buscar el origen de la fortaleza que iban a visitar, cuya fundación estaría vinculada con la creación de una red de fortalezas para la defensa de la ciudad de Toledo. Tras la fase de dominio musulmán, según algunos datos, entre la historia y la leyenda, el castillo pasaría a manos cristianas en la época del rey Alfonso VI al formar parte de la dote de su esposa Zaida, nuera del rey moro de Sevilla. Poco tiempo después de que Alfonso VI conquistase Toledo en 1085, decidió donar Almonacid y su castillo a la catedral toledana.

La principal reforma que conoció esta fortaleza se produjo en el siglo XIV cuando Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, decidió acometer importantes obras que permitieron que esta fortaleza fuese utilizada como prisión para destacados personajes como Don Alfonso, hermano bastardo de Enrique II. En su recorrido por las diferentes zonas del castillo el general Venegas pudo advertir que la construcción presentaba cierto deterioro, lo cual no le impidió admirar los elevados muros almenados que estaban protegidos por una barrera exterior y un camino de ronda que pudo recorrer completamente. La fortaleza mostraba restos de diversas edificaciones y estructuras necesarias para una edificación de carácter defensivo como las caballerizas, las cocinas, dos aljibes y un silo. Sin duda, el elemento más destacado de todo el conjunto era la espectacular torre del homenaje, que se situaba en la zona central del recinto. Contaba con tres plantas que presentaban bóvedas de ladrillo. El general Venegas, tras agradecer al alcalde la información que le había aportado, subió a la parte superior de la torre del homenaje, desde donde pudo contemplar cómo se acercaba el enorme contingente de tropas francesas dirigidas por Sebastiani, a las que daría batalla al día siguiente.

(Fotos: Ayuntamiento de Almonacid, Felipe Perea Hernando (Otra Iberia) y Wikipedia)