Francisco Javier Morales Hervás, Doctor en Historia

Bernardino pertenecía a una familia noble que mantenía intensas relaciones con la Corte desde la época de los Reyes Católicos, cuando su bisabuelo, Gutierre de Cárdenas, llegó a ser Contador Mayor del Reino. Esta circunstancia facilitó que llegara a asumir importantes responsabilidades políticas. Acababa de ser nombrado virrey de Cataluña, cargo que le obligaba a mantener una intensa actividad representativa, pero ello no le hacía olvidar sus orígenes, por lo cual, cuando sus obligaciones se lo permitían, le gustaba realizar alguna escapada para visitar su localidad de nacimiento: Torrijos.

Este municipio, situado a unas seis leguas de Toledo,  a lo largo del siglo XVI había experimentado un notable crecimiento, que también llevó aparejado un desarrollo artístico con la realización de destacadas obras arquitectónicas, entre las que, sin duda, destacaba la Colegiata del Santísimo Sacramento, que para Bernardino, como buen torrijeño, suponía una visita obligada cada vez que retornaba a su tierra, tanto por su belleza como por la íntima relación familiar que le vinculaba con este edificio, pues su construcción se había iniciado en 1509 por iniciativa de su bisabuela, Teresa Enríquez.

Se trataba de un templo de dimensiones considerables, en cuyo diseño y dirección de obras trabajaron los hermanos Enrique y Antón Egas, además de otro distinguido hijo de Torrijos, el arquitecto Alonso de Covarrubias, quienes combinaron elementos característicos del gótico final con otros procedentes del lenguaje renacentista que tímidamente empezaba a llegar a las tierras castellanas. El edificio presentaba una planta rectangular dividida en tres naves de ocho tramos cada una, más cuatro capillas laterales. La nave central era más ancha y más elevada. Para la cubierta se empleó la bóveda de crucería sencilla en las naves laterales y de crucería con terceletes en la central.

Antes de entrar al interior del templo, Bernardino se recreó, una vez más, contemplando la airosa torre de planta cuadrada situada a los pies del edificio y la estructura de los arbotantes, que permitían equilibrar el peso de las bóvedas. Tras ello se dirigió a la portada principal, que suponía un extraordinario ejemplo del estilo plateresco con una gran profusión ornamental pensada para exaltar el Santísimo Sacramento, empleando para ello un esquema que recordaba a los arcos de triunfo de época romana. En esta portada, además, llamaba la atención la presencia de algunos capiteles y columnas de origen islámico, los cuales, tras haber sido retirados de algunos edificios cordobeses de época califal, habían sido llevados a Torrijos por su bisabuelo, Gutierre de Cárdenas.

Una vez en el interior de la colegiata, Bernardino se dedicó a disfrutar del armonioso ambiente que le ofrecía un espacio magistralmente diseñado. Se detuvo en cada una de las cuatro capillas, especialmente en la de San Gil, a la que se accedía a través de un arco de medio punto decorado con querubines. Tras rezar ante el sepulcro de sus bisabuelos, Gutierre de Cárdenas y Teresa Enríquez, se dirigió al altar mayor para contemplar con detenimiento el extraordinario retablo que empezó a ser elaborado por Correa de Vivar hacia 1558 y cuyo objetivo era lograr la emoción del creyente a través de un programa iconográfico pensado para exaltar la Eucaristía instaurada en la Última Cena. El retablo estaba estructurado en cuatro pisos y había sido tallado en madera policromada. Además del diseño, Correa de Vivar fue el autor, junto con su taller, de doce tablas pictóricas en los que se representaban diferentes episodios de la vida de Jesús. Cuando Bernardino retomó sus obligaciones como virrey en Cataluña, lo hizo con las renovadas fuerzas que le proporcionó el reencuentro con una joya patrimonial que le había marcado desde su infancia.

(Fotos cedidas por: http://www.colegiatadetorrijos.com/ )