Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Valerio pertenecía a una de las familias romanas más ricas e influyentes de Caesaróbriga. Buena parte de su patrimonio estaba basado en las abundantes y fértiles tierras que poseía en la vega del río Tagus, destacando entre ellas las situadas a una legua de Caesaróbriga, donde había heredado de sus antepasados una “villa”, una hacienda rural que había llegado a ser muy próspera, pero que en esos momentos no atravesaba por su mejor momento. El Imperio Romano, sobre todo en su parte más occidental, sufría las consecuencias de una creciente inestabilidad política, que estaba afectando a la economía y provocaba una decadencia de la vida urbana.

Hispania había sido ocupada por diversos pueblos bárbaros y Roma, ante la imposibilidad de controlar la situación, encargó a los visigodos que intentaran imponer cierto orden. Valerio era consciente de esta situación y por ello, al igual que muchos de sus amigos, decidió buscar algo más de tranquilidad y seguridad en el campo, a pesar de que la producción agraria de sus tierras ya no alcanzaba la rentabilidad de épocas anteriores. En la decisión que adoptó Valerio también tuvo una notable influencia una circunstancia muy personal: su reciente conversión a la fe cristiana. De este modo, cuando se trasladó a su hacienda rural con su familia y la parte de la servidumbre que le quedaba tenía en su mente iniciar una transformación de parte de la estructura de la villa con el fin de agradecer la buena acogida que había tenido por parte de la incipiente comunidad cristiana.

Teselas de la Villa Romana de Saucedo (FOTO WIKIPEDIA)

La gran villa palaciega, centrada en la explotación agropecuaria del entorno, se localizaba en un bello paraje en el que abundaban los sauces. La edificación era de gran calidad, aunque las escasas labores de mantenimiento llevadas a cabo en los últimos tiempos habían empezado a provocar la aparición de ciertos desperfectos. La zona más noble de la villa se estructuraba en torno a un peristilo ricamente ornamentado con piedras de gran calidad entre las que destacaba el pórfido verde. Entre las estancias que se hallaban junto al peristilo sobresalía un gran salón absidiado cuyas paredes estaban decoradas con ricas pinturas murales y en el pavimento aparecía un bello mosaico que contaba con motivos geométricos policromados y figurados entre los que destacaba un busto femenino ataviado con una túnica y un manto, que en la mano derecha portaba una cornucopia y en la izquierda un globo. Otra de las dependencias que se abría al peristilo era una bella habitación cuadrilobulada, cuyo pavimento estaba realizado con un mosaico que mostraba una vistosa decoración geométrica y figurada entre las que destacaban unos llamativos pavos reales.

Uno de los elementos más llamativos era la presencia en el área señorial de la villa de un conjunto termal, localizado en dos ámbitos diferentes. Por un lado, al noreste del gran salón aparecían las tres típicas salas que caracterizaban las termas romanas: la fría o frigidarium, la templada o tepidarium y la caliente o caldarium. Por otro lado, al oeste del gran salón se situaba un sudario y un caldarium.

Valerio entendía que en los convulsos y decadentes tiempos que estaba viviendo no era apropiado disfrutar de ciertos lujos y por ello decidió transformar la zona señorial de la villa, amortizando el gran salón y el conjunto termal, para construir en ese espacio una basílica cristiana de planta rectangular y cabecera cuadrangular, que estaría orientada de oeste a este y se complementaría con la construcción de una piscina bautismal. En unos días se iniciarían las obras de este templo, en el que ocuparía un lugar destacado un altar que Valerio había encargado unas semanas antes y en el que resaltaba un crismón como motivo decorativo. Se iniciaba una nueva era.

Fotografías: JCCM y Wikipedia