Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia.

En la España gris y temerosa de la posguerra, cualquier hecho que pusiera algo de emoción al triste y lento devenir cotidiano era bienvenido. Por ello, la llegada de Alexander, famoso científico, a nuestro país a finales de mayo de 1948 supuso un acontecimiento de gran relevancia. Este premio nobel realizó durante algo más de dos semanas un intenso periplo por tierras hispanas y dejó claro que una de sus paradas obligadas debía ser la ciudad de Toledo, a la que llegó la mañana del 13 de junio, donde tuvo como guía a su colega Gregorio, quien, tras invitarle a almorzar en su hermoso cigarral, le acompañó a visitar el Hospital de Tavera.

Gregorio comentó al insigne visitante que las obras de ese magnífico edificio se habían iniciado en 1541 por orden del cardenal primado de España, Juan Pardo Tavera, y bajo la dirección de Alonso de Covarrubias, quien diseñó un grandioso conjunto de planta rectangular organizado en torno a un doble patio. La viva y cultivada mirada de Alexander le hizo comprender rápidamente que se encontraba ante una excelente muestra de arquitectura renacentista, que, en cierto modo, le recordaba a algunos palacios florentinos que había conocido en una de sus visitas a Italia, especialmente las fachadas meridional y oriental que presentan un característico almohadillado y ventanas dispuestas con regularidad, aunque en Tavera le llamó la atención un elemento que rompía el lenguaje clásico de la fachada: concretamente la portada, que, como le comentó Gregorio, era un elemento barroco que se había construido en el siglo XVIII.

Vista del retablo de la iglesia.

Una vez que traspasaron la portada accedieron al doble patio gemelar que se encontraba unido por una elegante galería cubierta con bóvedas de arista. Siguiendo la tradición renacentista, al presentar ambos patios columnados dos alturas, se aplicaba la superposición de órdenes en las columnas, el toscano para el piso inferior y el jónico para el superior. Igualmente se empleaban arcos diferentes en cada planta, pues en la primera eran de medio punto y en la segunda escarzanos.

Tras contemplar los patios llegaron a la iglesia, en cuyo diseño intervinieron artistas tan destacados como Nicolás Vergara y Juan Bautista Monegro, que se decidieron por un templo en el que se percibían claras influencias escurialenses y que presentaba una sola nave, rematada por un ábside semicircular y cubierta por una bóveda de cañón con lunetos, destacando en el crucero una magnífica cúpula semiesférica sobre pechinas y tambor, bajo la cual se situaba el extraordinario sepulcro del cardenal Tavera, realizado en mármol blanco por Alonso Berruguete. El retablo situado en la cabecera del templo fue proyectado por el Greco, aunque no lo pudo ejecutar totalmente y de las obras que realizó, solo quedaba un “Bautismo de Cristo”.

La visita a este espléndido monumento aún guardaba algunas agradables sorpresas a Alexander. Cuando salieron de la iglesia Gregorio le guio hacia la biblioteca, donde pudo disfrutar contemplando algunos legajos, documentos y libros que abarcaban un amplio período cronológico, desde el siglo XV al siglo XX. Para culminar la visita Gregorio se reservó una estancia que sabía que llamaría especialmente la atención al científico británico: la farmacia, espacio que prácticamente se conservaba intacto desde su construcción en el siglo XVI y que guardaba excepcionales piezas de cerámica, que en su mayor parte fueron fabricadas en talleres de Talavera de la reina y Puente del Arzobispo, además de todo tipo de utensilios relacionados con la medicina y la farmacopea de la Edad Moderna. Alexander se quedó maravillado y antes de abandonar el edificio agradeció a su amigo Gregorio el haberle obsequiado con una visita tan extraordinaria, que recomendaría por todo el mundo.

De i. a d.: vista parcial del patio y su columnata; archivo del hospital y vista de la farmacia. (Fotos facilitadas por Hospital Tavera, Toledo. Fundación Ducal de Medinaceli).