Francisco Javier Morales Hervás, Doctor en Historia

Fernando, como comendador de Consuegra, se había preocupado en fortalecer y consolidar el poder y el protagonismo de la Orden de San Juan en las tierras castellanas. Para ello había llevado a cabo una intensa labor diplomática para llegar a acuerdos que permitieran establecer unos límites, más o menos estables, de las tierras que quedarían bajo el control de los caballeros hospitalarios.

De este modo había logrado cerrar una serie de acuerdos y concordias con el Arzobispado de Toledo en 1229, la Orden de Calatrava en 1232 y la Orden de Santiago en 1237, lo que posibilitó consolidar el señorío de la Orden de San Juan, básicamente en la comarca de La Mancha. De forma paralela a la definición del ámbito de influencia, Fernando se preocupó también de consolidar el poblamiento de este territorio a través de la concesión de Cartas-Puebla como las concedidas entre 1230 y 1236 a Villacañas, Manzaneque, Urda, Arenas y Villarta. Habían sido unos años intensos de viajes y visitas y ahora había llegado el momento de tomarse unos días de descanso en el Castillo de la Muela, que en los años anteriores había acogido buena parte de sus desvelos y logros.

El Cerro Calderico, con el Castillo y los emblemáticos molinos de viento.

Se trataba de una fortaleza localizada en una privilegiada posición desde la que se controlaba un territorio muy amplio, por ello no le resultaba extraño a Fernando que desde muy antiguo ese lugar hubiese sido elegido por distintas culturas para situar estructuras de control y defensa. Ya los romanos consideraron que era un interesante emplazamiento para constituir un importante enclave como fue Consabura.

Posteriormente, en época visigoda, pudo pertenecer al conde Don Julián y más tarde en el siglo X, durante la dominación musulmana, Almanzor pudo establecer una fortificación en ese lugar que, según cierta tradición, habría pasado a Alfonso VI como parte de la dote de la princesa Zaida. Con Alfonso VII el castillo pasaría a la Orden de San Juan.

La fortaleza destacaba por presentar una rotunda sensación de solidez gracias a una técnica constructiva basada en el empleo de mampostería muy bien trabada y a una potente organización defensiva organizada en tres recintos amurallados.

Una imagen de Consuegra Medieval, una recreación que se repite cada año en agosto y que tiene como escenario principal el Castillo.

El castillo se estructuraba en torno a un cuerpo central rectangular al que se adosaban tres torres por sus lados Este, Oeste y Norte, siendo la de mayores dimensiones la situada en el lienzo oriental, desde la que se controlaba la única puerta de acceso y que albergaba la sala capitular.

Defendiendo el lado meridional se encontraba una torre albarrana de planta circular, de gran altura, que estaba dividida en cuatro plantas, en una de las cuales se situaban los calabozos del castillo; esta torre estaba unida al cuerpo central de la fortaleza a través de un adarve en su parte superior.

Tras la batalla de las Navas de Tolosa esta fortaleza perdió gran parte de su finalidad defensiva, por lo que la Orden de San Juan poco a poco fue transformando su configuración interna para adaptarla a las necesidades que planteaba la organización y el control del amplio territorio administrado en buena parte de las tierras comprendidas en la llanura manchega. De este modo fueron ganando protagonismo ciertas dependencias para la celebración de reuniones, la recepción de personalidades, el archivo de la documentación relativa a la gestión cotidiana… todo lo cual convivía con la logística propia de este tipo de fortalezas por lo que el cuerpo central del castillo también contaba con aljibes, despensas y cocinas, sin olvidar un punto fundamental en una construcción correspondiente a una orden cristiana como era la capilla, a la que Fernando acudió para agradecer la ayuda divina recibida durante sus años de comendador que estaban a punto de finalizar.